Los inicios de la enfermedad se dieron
en edades muy tempranas y el itinerario terapéutico se empieza en el médico de
cabecera, siguiendo las terapias físicas como la rehabilitación en la playa y
en la piscina, los tratamientos
quirúrgicos y las inmovilizaciones con escayolas, conllevando todo ello
periodos de hospitalización largos que han
dejado una huella indeleble en la vida.
Los afectados experimentaron una
autoexclusión social desde muy niños y se convirtieron en enfermos
dependientes, distintos en todo caso de los niños normales. Este veto social
tácito no solo abarca el ejercicio de cualquier actividad, sino la mera
expresión de sentimientos. El daño psicológico que produjo la enfermedad es
casi equiparable al físico, el ver que no puedes hacer lo que hacen tus
compañeros es muy duro.
Todo ello se vivía con resignación, al
que se unía el dolor físico y el rechazo social y, en los padres, la
incertidumbre debido a que la polio era considerada una enfermedad fuera de
control, lo que causaba un gran temor.
Las emociones, sentimientos, estados de
ánimo, el aislamiento, la separación familiar y la pérdida de calidad de vida,
son aspectos que no se abordaron. Los padres solían adoptar una postura de
sobreprotección que, a la larga, era perjudicial para el desarrollo y autonomía
del niño y según iba creciendo, acababa siendo categorizado como miembro de un
grupo minoritario con consecuencia de discriminación, constituyendo una fuente
de conflictos emocionales.
Otra causa de los problemas psicológicos
fue el modelo médico de la discapacidad porque no se alcanzaban las
expectativas médicas, como el andar sin muletas.
Las alteraciones emocionales del enfermo
y sus familiares complicaban la convalecencia, por lo que el tratamiento de la
fase crónica de la polio, debía ser individualizada.
Morton, en 1951, realizó una síntesis de
los distintos estudios dedicados a los aspectos psicológicos de los
poliomielíticos, cuyos principales hallazgos era la presencia, en casi todos
los enfermos, del miedo y de la depresión.
La ansiedad y el sentimiento de culpa de
la mayoría de los padres influían en el ajuste emocional del niño y hacía que
el estado de su salud le llevara a pensar que perdería el cariño y la
aceptación de su familia.
Un factor importante es la edad en la
que aparece la enfermedad, a mayor edad, menor capacidad de adaptación
psíquica, ya que se pretende volver a la vida anterior.
Los niños más pequeños, alejados de la
seguridad emocional de sus padres, se encontraban en un entorno hospitalario
hostil, por otro lado, la falta de disciplina escolar y de cualquier actividad,
hacían que el niño, recluido en su ámbito familiar, tuviera una visión
deformada del mundo.
Los cambios de la conducta del niño guardaban
una clara relación con su entorno familiar y social. Si encontraba rechazo, se
volvía reservado y, si había una sobre protección, se hacía dependiente.
Algunos padres intentaron que sus hijos fueran un ejemplo de superación y el
niño se frustraba al no conseguir los objetivos marcados por los médicos y las
familias pesimistas, reducían su vitalidad.
Los test de la figura humana como modo
de estudiar la forma en que los niños expresaban sus limitaciones físicas en
los dibujos, muestran como dibujan sus extremidades deformadas; en el caso de
los pies, eran pequeños y puntiagudos y las figuras asimétrica.
Los adolescentes constituían el grupo
con mayores problemas de ajustes emocionales ya que perdían la relación con el
grupo y, por tanto, su aceptación. Los adultos se verían más afectados por la
preocupación de cómo sería su vida tras la enfermedad y si podrían mantener el
rol que desempeñaban antes de ella.
Otras reacciones psíquicas importantes
en los pacientes eran la ansiedad y la regresión a etapas infantiles.
El poliomielítico se enfrentaba a una
alteración de su esquema corporal y su reacción no dependía tanto de su
gravedad de las lesiones, como de la personalidad anterior del enfermo y su
entorno familiar.
Podríamos resumir diciendo que los
cambios psicopatológicos producidos por la polio son diversos: ansiedad,
irritabilidad, miedo, agresividad, sentimiento de inferioridad, frustración,
depresión; siendo uno de los aspectos positivos que la inteligencia se mantenía
intacta, incluso que los poliomielíticos poseían niveles de inteligencia más
altos que la media de la población.